Comer menos saludable y estar más tiempo inactivo son dos de los hábitos de vida de muchos niños y adolescentes que afectan a la salud a corto, medio y largo plazo. Parques llenos de ancianos, pero vacíos de infantes, niños en casa jugando a videojuegos horas y horas, jóvenes usando Whatsapp como si les fuera la vida en ello, padres llevando a sus hijos en coche al instituto, adultos buscando la forma de perder peso sin encontrarla, mayores viviendo más y buscando el modo de tener una mínima calidad de vida sin dolores.
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El tema del sedentarismo es más grave de lo que parece. Imaginemos que desaparece de la faz de la tierra la pasta de dientes. Seguramente comenzaría a aparecer caries en parte de la población, incrementando por otro factor de riesgo, que es el consumo de alimentos azucarados. Lo mismo ocurre con la inactividad física. Si no la convertimos en un hábito, como cepillarse los dientes, finalmente pasa factura. (...)
¿Pero cuándo empieza la historia?
La historia de un adulto inactivo se construye así...
Con un lactante y un bebé al que deberían estimular.
Con un infante que antes de cumplir los tres años debería haber escalado, trepado, gateado, saltado, ...
Con un niño que desde los tres a los seis años debería haber aprendido a saltar a la comba, a patinar, a nadar, a montar en bici...
Con un chico y chica que antes de entrar al instituto debería haber participado en multitud de juegos y deportes para pasarlo bien.
Con un adolescente que entre los doce y los dieciocho años debería entender que hacer ejercicio físico regularmente es un hábito tan importante como lavarse los dientes, que se debería encontrar a gusto cuando se mueve, y debería buscar la forma y la compañía que más le gusta para hacerlo.
Pero todos estos pasos en nuestra historia no siempre se cumplen, y el resultado es un adulto sedentario.
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